Desde que Internet y las redes sociales irrumpieron en nuestras vidas, muchas cosas han cambiado para todos.
Más aún cuando el teléfono móvil se ha aliado con los consumidores para dictar al mundo del marketing el camino de la escucha y la interacción.
No sé si lo recuerdas.
Pero hace unos años ninguna marca tenía la necesidad de atender las exigencias de los consumidores porque eran aquellas las dueñas de los canales de comunicación y promoción.
El poder del presupuesto frente a la impotencia silenciosa del consumidor bombardeado por publicidad unidireccional.
En el mundo de las empresas culturales ocurría lo mismo.
Incluso ni siquiera eso.
Las subvenciones y los apoyos económicos parecían eternos y nadie se planteaba ni siquiera la necesidad de un marketing eficiente.
Salas llenas.
Salas no tan llenas.
No era un factor a tener casi en cuenta.
Pero estamos en el 2016.
Hoy la sociedad tiene voz y voto gracias a Internet y las redes sociales.
El marketing tradicional es impensable sin estos canales que se desarrollan al ritmo que nuestro público impone.
Hace unos años la recomendación de un concierto, una obra de teatro o una exposición a la que una persona tenía acceso, se basaba principalmente en la de conocidos, familiares y amigos.
Hoy lo encuentran todo en internet.
O si no lo publican ellos.
Y no sólo influyen a sus conocidos, sino que sus recomendaciones, fotos, vídeos y mensajes viajan por Internet y las redes sociales a todo el mundo con la ayuda del gigante Google, que indexa todo para siempre.
Sí.
Para siempre.
Afortunadamente, la crisis ha hecho despertar de su letargo a las empresas culturales.
Internet y las redes sociales se han convertido en una oportunidad.
Compartir contenido.
Fomentar la colaboración con otras empresas del sector.
Lanzar plataformas para mejorar la experiencia de nuestro público.
Un sinfín de oportunidades.
Pero estos canales precisan de un conocimiento exhaustivo de los mismos y sin estrategia ni medios profesionales, su uso puede ser incluso perjudicial para nuestra imagen.
Para tu imagen.
O la de tu empresa.
Hoy tienes que arriesgarte para diferenciarte en estos canales.
Experimentar.
Equivocarte.
Una y mil veces.
Pero aceptándolo y aprendiendo de tus errores.
[Tweet “Las empresas culturales deben arriesgar más en Internet y #redessociales”]
No vale publicar lo que ya publicabas hace diez años en los canales offline.
Hoy hay que interaccionar.
Conversar.
Emocionar.
Pero sobre todo escuchar.
Donde se encuentra el verdadero valor de estos canales para las empresas culturales, es en su poder de cambio de las propias organizaciones.
Como lo oyes.
Escuchar, emocionar, conversar e interaccionar, solo se consigue con una organización donde todos están implicados en la empresa y en la forma que tiene esta de comunicarse.
Sin excusas.
Sin medias tintas.
Potenciando y profundizando en la horizontalidad de la organización.
Las empresas culturales del futuro aprenderán de las redes sociales e Internet que las pirámides son historia.
La colaboración ha sido impuesta por una sociedad horizontal en su forma de comunicarse y concebir el reparto de la información.
Y debemos ser capaces de replicar este modelo en nuestras organizaciones.
Si observas por ejemplo el mundo de la música, a muchas organizaciones les cuesta gestionar correctamente su presencia online.
¿Sabes por qué?
Porque internamente les cuesta mucho entender que, sin la participación de todos en el plan estratégico de comunicación, es muy difícil cumplir los objetivos.
Desde abajo, desde arriba y viceversa.
Me conoces y sabes que cuando te hablo de la horizontalidad en redes sociales y en una organización, no me refiero a que todo el mundo debe ser capaz de tuitear o grabar vídeos en Youtube.
Para nada.
Tampoco a que dejemos que el público esté más atento al teléfono que al concierto, exposición o representación.
Cada uno en la medida de sus capacidades y aptitudes.
Pero dentro de la empresa, todos deben entender la importancia que tiene que otros lo hagan dentro de la organización y además respetarlo y colaborar en la medida de sus posibilidades.
Incluso aceptar el riesgo de que un teléfono móvil pueda sonar en mitad de una sinfonía de Mahler.
Algo para lo que Mahler tampoco dejó su opinión.
Sin duda el verdadero valor de Internet y las redes sociales para las empresas culturales es el poder de potenciar el cambio, la interacción y la comunicación interna de las mismas.
Abrir debates.
Fomentar reflexiones a partir de constructivas autocríticas.
Las organizaciones culturales que se unan alrededor de su necesidad por comunicarse con el exterior a través de todos los canales posibles y quieran evolucionar gracias a los mismos hacia un modelo de organización horizontal, perdurarán en el tiempo.
En el centro de la sociedad.
Con la connivencia de políticos, instituciones y empresas.
Las demás serán historia.
Igual que lo son las pirámides.
¿Entiendes ahora el valor de Internet y las redes sociales para nuestras organizaciones culturales?
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